En los últimos tiempos se ha escuchado hablar de la importancia de la felicidad en las empresas, en las redes y en los contextos generales como uno de los valores posmodernos más resaltado. Y, en una cultura donde se promueve la velocidad, la multitarea y la lucha por ser mejor, parece que si no damos muestra de vivir al máximo nuestras emociones y momentos felices, entonces estamos fuera del éxito.
Tomaré hoy la frase de Margaret Runbeck, \»La felicidad no es una estación a la cual hay que llegar, sino una manera de viajar\».
Mucho se habla de darle importancia al proceso. Sin embargo, en el afán de demostrar que somos personas exitosas y de que tenemos la clave de la felicidad, es mucho lo que sacrificamos el hecho de adentrarnos en nuestros verdaderos procesos y poder vivir de una forma verdaderamente contemplativa y conscientemente, disfrutando nuestro recorrido o nuestra manera de viajar por la vida.
De acuerdo con lo que plantean nuestros maestros de la felicidad desde la Psicología, específicamente Martin Seligman, se encuentra el concepto de bienestar percibido, asociado a la generación de nuevos constructos en los que se integran tres aspectos fundamentales:
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Experiencias placenteras.
Se trata de tomar la decisión de proporcionarnos actividades que producen alegría, darnos gusto y buscar el contacto con personas, estímulos o situaciones que generen goce y disfrute. Esto hace que nuestro sistema límbico produzca las endorfinas, también llamadas la hormona de la felicidad. En otras palabras, estas sensaciones placenteras dejan una huella en el cuerpo que asegura la comprensión y experiencia de bienestar.
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Experiencias gratificantes.
Es bien conocido que el efecto placentero que producen los estímulos externos se vuelve pasajero con el tiempo. Aquí es importante un viaje más profundo hacia el reconocimiento de talentos naturales y habilidades o recursos personales para vivir las diferentes situaciones de la vida. Desarrollar coherencia vital, actuar y relacionarse con otras personas actualizando y expresando las fortalezas, las virtudes y las habilidades personales facilita estados de mayor placer que se experimentan como felicidad.
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Experiencias significativas.
Esto tiene que ver con la capacidad de reflexionar sobre la existencia y qué tan satisfechos nos encontramos con ella. El ser humano ha necesitado sentirse partícipe de algo trascendente y superior que le da sentido a la vida y lo compromete con una misión. Un sentido que le da norte y la experiencia de felicidad como su máximo logro.
Es así como la felicidad se convierte en una construcción personal y social que se encuentra en permanente movimiento y resignificación. Es una construcción que no tiene punto final. Sin embargo, podemos usar la felicidad como el horizonte inspirador que nos impulsa a dar el siguiente paso cuando no la vemos como la «estación a la cual hay que llegar».